Fragmentos de un trauma - Por Leonardo Flamia

Una característica de Luis Izzi como director, en el caso de Amapolas también como dramaturgo, es su gusto por contar de forma fragmentaria, por plantear historias desarmadas en piezas a modo de puzzle. Luego brinda al público esas piezas desordenadas, para que quede en ma nos del espectador el ir armando ese puzzle. Por supuesto que ese desorden está en realidad meticulosamente ordena do para que ante cada nueva pieza vaya creciendo la curiosidad, la expectativa del espectador, y también para que la historia vaya girando y cambie cada ensayo de interpretación de lo que sucede.

Uno siempre imagina que si Izzi hiciera cine recurriría constantemente a flashbacks, a imágenes del pasado que brindarían luz sobre algún pasaje puntual de esa historia que está contando, pero que cada fogonazo a la vez modificaría la interpretación del espectador sobre lo que está viendo desde el principio. Esos flashbacks suelen quedar en manos de relatos de acontecimientos del pasado de los propios personajes de las obras, y es de esa forma que el público va iluminando y encontrando los porqué a las características de esos personajes. Pero estos personajes nunca se explican a sí mismos, repetimos que solo brindan datos para que la historia se vaya completando de forma fragmentaria, generándose así un clima de inquietud y de expectativa efectivo para mantener atrapada la atención del espectador.

En Amapolas vemos a tres hermanas que habitan una casa que parece encerrar un secreto, ellas mismas tienen marcado a fuego en su inconsciente un suceso del pasado que pauta un comportamiento por momentos patológico. Hay algo claustrofóbico en el clima que se respira en la obra, algo que parece paralizar a las muchachas y mantenerlas encerradas en ese lugar, casi detenido en el tiempo, y girar en torno a él. El ancla, cual leyenda folklórica o mito, se centra un suceso familiar: una experiencia sexual y un hecho de sangre en el seno de la familia que completaban estas muchachas pautan el camino a la locura, al suicidio, al girar alrededor de esa casa de las tres hermanas sin ir a ninguna parte.

Las amapolas del nombre, el nogal que el padre cortara en el recurrente recuerdo de las muchachas, terminan de cargar a la obra de un aire "poé tico", entre onírico y trágico, que también era una característica de las obras que había mos visto dirigir a Izzi escritas por Adrián Rodríguez (Aterciopelada y Justo antes del eclipse). Pero también parece estar cercana Amapolas al clima que brotaba de la última obra en que trabajara Rodríguez, Nadie había en el espejo de agua, aunque en ese caso Izzi actuaba, no dirigía. En ese sentido parece haber una con tinuidad, no solo de la estética para dirigir del propio Izzi, sino de las ideas que exploraba Rodríguez como dramaturgo, trágicamente desaparecido en un accidente de tránsito el año pasado. No es que haya un homenaje explícito, pero hay cercanía, siempre marcada por una forma de "narrar" característica de Izzi.

Las tres actrices forman ya con el director y dramaturgo un equipo bastante estable, y cada una parece dotar a su personaje de las características necesarias, la personalidad reprimida-opresora de la Moni de Natalia Carrau, la más sensual y dispersa de la Francis de Sofía Ott, y las más ingenua con arrebatos de locura de Rosi, a cargo de la siempre destacada Erica Gómez Ricci. Hay que ir a ver las obras delgrupo Planeta Azul.

Amapolas. Autor y director: Luis Izzi. Elenco: Natalia Carrau, Sofía Ott y Erica Gómez Ricci.

Voces / 6 de diciembre de 2012